Acompañó la sopa con un puñado de pastillas para su dolor de cabeza, y decidió, como cada lunes, ir a trabajar, ya que no se podía permitir perder lo único que daba un poco de sentido a su vida, ni el sueldo que le permitía algo que llevarse a la boca claro está.
Era el encargado de un local de citas, resultaba irónico que un hombre tan desgraciado y solitario fuera el encargado de un local en el que la gente encontraba a su media naranja. Después de pasar unas cuantas horas muertas viendo la televisión, se cambió de ropa y fue a trabajar. Cuando salió ya era de noche, la Luna y las estrellas le observaban mientras caminaba por la ciudad, en busca de una luz que le guiase, una mujer que le consolase, un amor que le llenase...
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